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Saúl Reyna / Las narraciones de Uraá.

 

Saúl Reyna

Las narraciones de Uraá.

La casa de la abuela era grande, espaciosa. Incluso para mí, alguien que se había criado ahí desde una edad temprana, resultaba misteriosa y desconocida en muchos sentidos. Tenía escaleras largas y empinadas que conducían a los pisos más altos del lugar o para quienes no teníamos ni las piernas ni la valentía de ascender por los escalones, había pasillos intermedios. Aquellos pasillos se extendían largamente, adornados por diferentes puertas que los niños como yo simplemente no nos atrevíamos a pasar por temor de nunca regresar. Pero dentro de las habitaciones a las que me atrevía a entrar se encontraba la biblioteca.

            Era la séptima puerta del tercer piso a mano izquierda. Al abrir la puerta, la biblioteca se extendía en cinco niveles; cada uno con temas y lecturas diferentes. La temática del primer nivel era la historia del mundo, dentro de éste se encontraban miles de libros, lo cuales estaban conectados por un pequeño hilo transparente que la abuela había colocado y solo se podía ver cuando tomabas un libro para que el hilo te guiará inmediatamente a otro que debías leer para entender el contenido que estabas por abrir.

El segundo nivel, contenía la historia del Dios. Acomodados en dos libreros enormes con secuencias de cinco libros separados por un espejo que reflejaba el mueble frente a él que, a su vez, tenía una secuencia similar, pero en distinto orden, de tal manera que un espejo nunca se reflejaba a sí mismo. La abuela decía que era porque lo dioses no son más que reflejos de lo que ellos mismos imaginaron de sí.

En el tercer nivel se encontraba la historia de la naturaleza. Aquí los libros estaban acomodados en forma de caracol, lo cual para la abuela simbolizaba el eterno retorno al instinto.

Para acceder al cuarto nivel se debía subir por unas escaleras flotantes que partían del centro del caracol del tercer nivel a una plataforma que rodeaba el perímetro de los  primeros tres pisos y sobre la cual se alzaban grandes libreros sin huecos ni espacios por llenar, en ellos la abuela se había esforzado por maximizar todo el espacio posible, pues el cuatro nivel, era el más grande de todos y almacenaba la literatura que rodea a la humanidad, por ello la posición de la plataforma que se alzaba alrededor de los otros tres niveles.

Finalmente, el quinto nivel, solo contenía un libro, al cual, a diferencia de los otros tres escalafones de la biblioteca, uno podía acceder por una escalera trasera sin pasar por la historia de la humanidad, de Dios, de la naturaleza ni la literatura. Aquel libro era “Las narraciones de Uraá”. Era un libro antiguo forrado con pasta de cuero, escrito a mano con tintas hechas a base de resina de pino, hojas gruesas y del cual la abuela nunca había hecho referencia a nada.

Todos los recuerdo que tengo sobre aquel libro resultan confusos. En veces la abuela me da un recorrido por la biblioteca sin llegar al quinto nivel; otras imágenes vienen a mí caminando por el pasillo y escuchando un sonido, una voz proveniente de la aquella habitación y al entrar Las narraciones de Uraá están fuera de su atril, como si alguien lo hubiera tomado para leer y arrojado al suelo debido a su contenido. Ahora, me encuentro aquí sentado, lúcido y dispuesto a dar lectura aquel manuscrito. Capítulo 1: El barquero.

II

El tiempo de pesca se ha terminado los peces de la costa se han marchado hacia los mares de Ulthar esperando la siguiente temporada cálida de estos mares del sur. Con los peces se han marchado los pescadores, sus esposas y los niños que le dan vida a esta playa. Solo quedo yo. Durante el invierno la playa parece gris, indiferente a toda existencia como si el sol estuviera consciente de que hay que iluminar, pero las palmeras, los arbustos, las chozas de palma han entendido su papel, están solas.

            El proceso es el mismo que ha pasado durante años, al menos eso creo. Ahora que soy consiente me doy cuenta de que solo tengo algunos vagos recuerdos de la playa viva y cálida, rodeada por el asedio de los pescadores. En mi memoria se alza una escena despertando en una cabaña no muy lejos de la playa. El día estaba oscuro, rodeado por la niebla de soledad expedida por el resto del ambiente. Lo sabía muy bien, la temporada de pesca había terminado.

            Al avanzar a la playa mis ojos quedaron exhortos al ver como el mar se extendía en el horizonte y los barcos se contemplaban a lo lejos marchándose. En algún punto de aquel mar se miraba un rostro de mármol, era una vieja escultura de una mujer con expresión dolorosa que se recostaba sobre la superficie que cubre el infimito abismo marítimo. Del cielo, de entre las nubes, bajaba una mano, un largo brazo que con su índice trataba de tocar a la mujer. Sin embargo, parecía imposible, no solo porque era piedra inmóvil, sino porque justo en medio se localizaba una pequeña isla en la que se alzaba un faro gigantesco. Debía serlo si desde la playa ya se veía de gran tamaño y desde mi perspectiva parecía la barrera que impedía que aquella mano tocara el suave mármol de la mujer del mar.

            Tomé mi balsa y remé hasta aquel faro. Era una entrada difícil. Las rocas filosas de aquella pequeña isla rompieron mi balsa, caminé por la arena y las piedras húmedas y resbalosas hasta llegar a la entrada de aquel faro. La puerta era de madera oscura tallada a mano de una manera muy rustica y junto a ella se encontraba una inscripción. “Aquel que entre en este faro sepa que ha vigilar que la mano de las Huestes y el Rostro de la Madre Dolorosa no se toquen jamás. Todo bajo la Orden de Uraá” …

III

Habían pasado cerca de tres capítulos. El barquero, el bufón y el mendigo. Resultaba extraño, pues no tenía secuencia alguna, ni siquiera parecieran tener relación entre ellos, aunque se podría decir que tenían cierta conexión temática, la primera que se podía ubicar era el nombre de Uraá. Aunque siempre aparecía en circunstancias distintas y de formas muy diferentes. Como el nombre en la inscripción de la historia del barquero; o la doncella que llevó la carta de amor de la reina de Hali a su bufón amante; y el nombre acuñado en la moneda de oro del mendigo.

            Una segunda cosa que tenían en común las narraciones de Uraá, era la forma en la que sus protagonistas se daban cuenta de sus vagos recuerdos. Todos tenían claro que habían tenido un pasado, sin embargo, los tres hasta un momento muy entrado en su anécdota se daban cuenta de que sus memorias eran borrosas y no tenían ningún recuerdo completo. El barquero despertando en choza, el bufón abriendo el telón y el mendigo recostado en una caja de cartón, el inicio de sus memorias resultada tan vacío y lleno de huecos como el resto del pasado que describían.

¿Qué misterio había? La tentación y la incomodidad generadas por la falta de secuencia lógica y sentido del libro que estaba sosteniendo en mis manos era tan grande que mantenía mi vista y atención pegadas a las páginas escritas con resina de pino de Las narraciones de Uraá. Quedaban dos capítulos. Capítulo de IV el astrólogo.

IV

… Las estrellas me hablaron. Ha llegado el tiempo de seguir adelante. Desde mi llegada a esta torre fui condenado contar los astros que iluminan por las noches los castillos de arena que dejó mi predecesor en la playa. Desde Antares hasta Betelgeuse, 5 millones 405 mil 233, de Polaris a Aldebarán, 15 millones 783 mil 0001. La infinitud del espacio es diferente al infinito del abismo profundo, pero ambos son interminables.

            Hoy mi misión ha concluido. Soy consciente de que las estrellas no han de acabarse, pero encontré a la única que importa, Uraá, ahora sé que no es una estrella. Me ha pedido escribir un libro, con un único fin: describir el infinito. La desesperación y la condena de nunca acabar tal como el Señor de las Huestes nunca pudo tocar a la Dolorosa hasta condenar al barquero que describió el intocable amor entre un bufón y la Reina, que sólo pudieron besarse al hacer inacabable la pobreza y desdicha generada por el oro. Todo a través de la escritura en un libro de pasta de cuero y hojas gruesas, escrito con tinta de resina de pino que se me fue entregado en un atril.

            ¿Qué he de escribir? ¿Qué más puede satisfacer el hambre de infinito de Uraá? ¿La historia de la humanidad? ¿la Historia de Dios? ¿la de la Naturaleza? Quizá ¿la literatura? Así pues, aquí empieza la historia de “Las narraciones de Uraá” Capítulo I. La biblioteca.

I

Aquí terminó el libro. Solamente una página más después de que el astrólogo comenzara su relato. Al leerla, el manuscrito tenía que cerrase e iniciar el ciclo del cual se alimentaba Uraá. Ahora era mi turno de satisfacerla; ahora sé que no es mi abuela. La última página decía:

Capítulo I. La biblioteca.

La casa de la abuela era grande, espaciosa. Incluso para mí, alguien que se había criado ahí desde una edad temprana, resultaba misteriosa y desconocida en muchos sentidos

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