Alcé
la cabeza y miré la luna. Estaba listo para perderme en mis tripas y llegar un
poco más allá; a mis miedos y a todo lo demás que latía en lo profundo, en las entrañas, que podrían ser el Cielo si
lo mirabas del revés y creías, por un instante, que toda la mierda allí metida
era el Padre, el Hijo y el Espíritu porque en alguna parte tenían que
estar y que mejor sitio que en ese que
era un sitio de paz y amor ¿Quién no amaba cagar en paz?
Bien,
y ahora que lo estamos mirando todo del revés, por qué no seguir con los techos
y las paredes y proseguir con el mundo con su Cielo y su Infierno y lo que sea
que hay más allá, en los televisores de los asesinos y los violadores que son
hombres que, ahora que los vemos del revés, no son tan distintos de los demás;
de los que predican, de los que se presentan a elecciones, de los que ganan
cuando todos los demás pierden. No, vistos del revés no son tan distintos, pero
eso lo sabemos tú y yo que lo ponemos todo del revés y después, bueno, después
hacemos que parezca que no es, porque lo que es hiere el alma, los huesos y
hasta las uñas.
Tú
y yo sabemos que saber y ponerlo todo del revés, en el fondo, no nos sirve de
nada. Jugamos a ser uno más con todos los demás que, por lo general, no ponen
nada del revés porque eso, sin duda, no es nada cool. Los vemos moverse hacia
delante o hacia atrás, según lo que digan aquí y allá los de más allá, que
siempre van del derecho y hablan del derecho e intentan hacernos pensar que del
revés no hay nada porque la verdad y todas sus verdades nunca son tan
complicadas.
Sí,
alcé la cabeza y dejé que ella siguiera chupándomela no porque lo quisiera o lo
necesitara, sino porque ansiaba destruirla, a ella y a todas las cosas desde la
boca hasta allá abajo, el centro o el espacio absoluto, o lo que sea que había
allá, en lo profundo, y que solo se podía matar desde la boca con la polla tiesa.
Alcé
la cabeza y la luna dejó de ser la luna para ser otra mentira desnuda más que
corría por el mundo. Alguien intentó una vez atrapar todas esas mentiras; las
pequeñas y las grandes, las que son más fuertes que tú y las que dices tú, las
que se publican y las que se venden, las que son, en definitiva, mucho mejores
que tú y yo… a todas intentó atrapar. Dicen que, aún hoy, camina por los
pasillos de los psiquiátricos gritando a quien lo quiera oír que está a punto
de lograrlo, es cuestión de momentos o de mentiras o de lunas… no sé, decide tú
que para eso estás aquí: fuera de tu mente, pero en tu cuerpo. Dime, ¿crees que
podrías atrapar todas esas mentiras que son mucho más antiguas, mucho más
sabias y mucho más fuertes que tú?
¿Crees que podrías ser quien eres sin tres o cuatro mentiras? ¿Crees que
valdría la pena salir a la calle y moverse por el mundo si no fuera por un
puñado de mentiras?
Me
corrí no sé donde, ella me preguntó: «¿Te ha gustado?» «Claro», contestaron
todos los muertos besándola en los labios, pensando que seríamos todos muy
felices si ella no estuviera con nosotros. Uno sólo ama a los demás cuando
necesita olvidarse a sí mismo, después,
no se estafa a nadie con el amor, y mil cosas rotas más, hasta la siguiente
luna llena que, en aquel instante, andaba desnuda por el mundo, mintiendo o
inspirando al próximo profeta que, supuse, ya estaría tramando la siguiente
religión. Que sería una religión de usar y tirar, de las que se consumen en el
acto, se desechan al instante siguiente e inmediatamente se vuelve a por más. Nada perdura, nada es
para siempre, todo es siempre lo mismo una y otra vez, no deja de saltar y
bailar y sonreír y morder y lamer por los siglos de los siglos… ¡Sí! El nuevo
profeta ya estaba aquí, tenía todas las mentiras a su favor y un nuevo dios que
habríamos de amar porque, en el fondo, sabíamos que nuestras mentiras no eran
tan buenas como las suyas, pero aprenderíamos, ¡oh, sí, aprenderíamos!
Busqué
soledad, busqué un agujero en el suelo y, después, un nuevo espacio-tiempo de
siete o doce dimensiones o de treinta razones por las que valiese la pena
quedarse un rato más por allí. Bebí lo
primero que encontré, pero no fue suficiente, seguía buscando un agujero en el
suelo, un sueño en una cuchilla de afeitar, un rostro en el espejo… busqué y
busqué y, al fin, Dios me encontró medio borracho, tirado en el sofá, pensando
que me gustaría sentir como una mujer las cosas de las mujeres, como la
menstruación y, después, todo lo demás, lo que sea que sintiesen en sus
corazones y lo que sea que sintiesen en sus pies: todo me interesaba.
En
media hora debía ponerme en pie y salir a trabajar si quería sobrevivir al
próximo mes. Yo no era un cobarde, pero me sentía agotado de pelear en una
guerra que no entendía del todo bien. Creo que iba de ricos y de pobres y de lo
necesario que era que los pobres siguieran siendo pobres y los ricos, muy ricos porque, de lo contrario,
cosas terribles podrían ocurrir en el mundo, que digo, en el universo entero y
un poco más allá. No sé, como dije antes, no sabía muy bien de que iba todo
aquello, pero en la tele decían que íbamos ganando la batalla de hoy y la de
mañana y las que estaban aún por venir en el mejor de los mundos posibles, de todos los mundos posibles
que orbitaban el mejor de los soles posibles. Pese a todo, yo no me sentía el
mejor hombre de todos los posibles. Tenía dudas y razones y muchas ganas de
prender fuego a todo lo que no entendía que me decía que era yo el que no
estaba haciendo bien las cosas: el mundo giraba y yo sin embargo me empeñaba en
quedarme clavado en el sitio, aguardando, con los dientes apretados, el paso de
una estrella fugaz, mientras aguardaba a convertirme en el próximo Dios. ¿Has
oído hablar del hombre libre? No morirá
en una cruz, ni perdonará los pecados de nadie, es mejor ni siquiera mirarle a
los ojos o dirigirle la palabra, recibe mi consejo: hombre-siervo no te cruces
en su camino porque, el Dios por venir, no te ama.
Comentarios
Publicar un comentario