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Arancha Naranjo / JUEGO DE ESPÍAS Segunda Parte

 

Arancha Naranjo
JUEGO DE ESPÍAS

Segunda Parte


(*) Previamente…

Esto nos garantizará su futuro en Madrid, si he entendido bien el planteamiento de Carla. Ahora señoras y señores tenemos trabajo, debemos prepararlo todo muy bien para que Agnes pueda volver sin levantar la mínima sospecha, esconder todo en una verdad a medias, eso es lo que necesitamos.

Ahora señoras y señores tenemos trabajo, debemos prepararlo todo muy bien para que Agnes pueda volver sin levantar la mínima sospecha, esconder todo en una verdad a medias, eso es lo que necesitamos.

-          Sí, me has entendido a la perfección, Albert, contestó Carla, mientras Elsa fruncía el entrecejo.

En ocasiones, el servicio de inteligencia inglés, MI 5, ofrecía becas a estudiantes entre Ciencias, Tecnología, Ingeniería o Matemáticas, o bien reclutaba otro tipo de perfiles más difíciles de identificar. Introducía al espía sorpresa que no respondía a ninguna lógica, como el caso de Agnes.

La casa de la Picota estaba habitada por un grupo de espías camino de la jubilación. Con una edad que no les permitía entrar en acción, utilizaban su experiencia de años de servicio para acabar de formar a las nuevas generaciones o para sacar de apuros a agentes medio consolidados, pero todavía algo inexpertos.

Para llegar a éxito en sus misiones no necesitaban un discurso verdadero, sino de apariencia verosímil. Un informe fragmentario, de manera que al unir las piezas del puzle no creara una imagen continua, sino fogonazos de una naturaleza cambiante, en los cuales unos fueran reales y otros ficción. 

Tras una noche de discusiones y desencuentros acordaron que Elsa acompañara a Agnes a Madrid en calidad de madre.

En dirección al coche Elsa miraba a Agnes, movía negativamente la cabeza, suspiraba. Sin duda algo en la indumentaria no le cuadraba. Al final dijo:

–Calcetines de lana sobre un pantalón pirata de terciopelo, que más bien parecen unos pololos, y sobre ellos un vestido naranja chillón no me parece lo más apropiado para una espía. No entiendo que tengas un pretendiente, y que sea el líder alfa de la organización.

–Llamar la atención en estos tiempos es la mejor manera para pasar desapercibida. No pretenderás que vaya vestida con una gabardina y un paraguas, al puro estilo Le Carré -inquirió Carla.

–A mí me parece que da una imagen muy inocente, podría pasar por actriz en busca de su primer papel…-se aventuró a contestar Alfred.

–Pienso que debería ir más acorde a su trabajo en el instituto Durrel. No sé, algo más científico, unas gafas más normales y no al estilo de H. Potter –se defendía Elsa.

—Me parece Elsa que te has vuelto una vieja demasiado gruñona y encorsetada. Si siguiéramos tus modelos, no avanzaríamos, todo sería excesivamente previsible –arguyó Carla.

Se oyó un bocinazo. Agnes se impacientaba en el coche. Ya no había tiempo de cambiarse. En todo caso buscaría algo menos llamativo en Madrid.

Elsa se sentó de copiloto y enfilaron camino a la capital. En la casa de la Picota se oyeron risas:

—¿Has instalado alguna cámara en el coche, Alfred? ¡Lo que daría por poder verlas durante el viaje!–inquirió Carla.

—¿Con quién crees que estás hablando? Esas cosas no se ponen en duda, querida, pero, te diré que una cámara me ha parecido excesivo, y que nuestra amiga Elsa es una vieja muy astuta. No, solo he dejado correr por sus teléfonos, Pegasus, el nuevo sistema de espionaje, que está causando furor. –Alfred le guiñó un ojo cómplice.

Se dirigieron a la cocina de la casa, conectaron los teléfonos y se prepararon un buen desayuno con huevos, bacon y un café bien cargado para no perderse ni palabra.

Los primeros cuarenta y cinco minutos transcurrieron en silencio, interrumpido solo por algún carraspeo de Elsa. Después de pasar Medinaceli, tomó la palabra Agnes:

—Nunca te he gustado. ¿Verdad?

—No digas tonterías. Solo busco el éxito de la misión. Tú me das igual, no me importas, no tengo ninguna objeción.

—Carla tiene razón, eres la mejor para interpretar el papel de madre, siempre refunfuñando, con ese aire de superioridad…

—¿Tu madre era así?

—No lo sé, me crie en un orfanato.

—No lo sabía. Disculpa.

—Y ¿la tuya era así de severa contigo?

Hubo un silencio, Elsa cambió el tono áspero por uno más dulce, los ojos en el horizonte anaranjado, recordando.

—Sí, mi madre, fue una mujer de la belle époque, aunque muy victoriana. Me mandó a un internado en Suiza. Solo la veía en vacaciones acompañada siempre de un amante diferente. Si es cierto que las mujeres tienen instinto maternal,  ella fue la excepción.

—Lo siento. ¿Tienes hijos?

—Sí, uno. Más o menos de tu edad, se llama Luis, pero al igual que mi madre, lo envié a un internado, hemos tenido poco trato. –acabó diciendo Elsa.

El viaje hizo que la relación entre ambas mujeres acabara en un tono más amistoso pasando a discutir la estrategia que debían abordar para que la situación de Agnes en Madrid volviera a la normalidad anterior a su huida del restaurante.

Después de largas explicaciones telefónicas se citó con su pretendiente en una coctelería, de manera que ninguna  galleta china arruinara el encuentro. Elsa y Agnes esperaban sentadas a una mesa pulcramente vestida con un mantel blanco de hilo y unas servilletas en papel con dibujos naives en color turquesa.

La conversación fluía mientras bebían un Martini seco, la aceituna en la mano izquierda, escuchando la actuación de una cantante de jazz.

En la casa de la Picota sus habitantes seguían atentos a las conversaciones que se producían en Madrid a través de Pegasus.

—Carla, tuviste una gran idea con pedirle a Elsa que acompañara a Agnes. Le da un aire más desprotegido, de mileurista que no acaba de encontrar su sitio en la gran ciudad.-se escuchó decir a Albert.

—Sí, creo que hemos logrado una buena simbiosis entre las dos y nos hemos quitado por unos días a la cascarrabias de Elsa.

Antes de acabar Carla, se escuchó por la línea telefónica tropezar a alguien y entre el ruido de las sillas emergieron voces:

—¿Mamá?

—¿Luis?

Si bien la probabilidad de que Elsa encontrara a su propio hijo era inferior al uno por ciento, el azar se había encargado de descartar el noventa y nueve restante, como en una mano de póker, haciendo que los fragmentos de la realidad saltaran por los aires sin dejar encajar las últimas piezas del puzle.

Mientras las dos mujeres salían corriendo del local, en la casa de la Picota, Carla recogía la leche derramada por el suelo después de la sorpresa. Su juego de espías había dado al traste, una mala mano la tiene cualquiera.

(*) Encuentra la primera parte en nuestro N°1 y en el blog de Black Fish

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