Alguna vez yo habité en un país parecido a la infancia,
no
era la infancia,
sino
sólo lo más parecido a ella.
Alguna
vez yo tuve dioses,
amorfos
o transparentes, pero en todo caso intangibles;
no
eran dioses, pero así yo lo creía.
Alguna
vez yo tuve verdades,
plurales
más que totales
y
hasta susceptibles de ser envueltas en papel de regalo;
no
eran verdades,
pero
hubiera dado cualquier cosa porque lo fueran.
Alguna
vez yo tuve pensamientos,
tambaleantes
y torpes como todos los pensamientos;
no
eran pensamientos,
pero
sólo por su aparentemente notable dominio sobre las cosas
me
dejé dominar por ellos.
Alguna
vez yo tuve esperanzas,
vanas
e intrascendentes,
tan
ingenuas que rayaban en lo verídico y hasta en lo realizable;
no
eran esperanzas, y yo siempre lo supe,
pero
no pude evitar estremecerme
cuando
comprobé que todo en cuanto una vez creí
eran
solamente epítetos y redundancias
dentro
de la misma espiral.
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