Montando el filo superior de un pez negro,
extraño
animal de mente bicéfala,
van
los poetas, sin saberlo, al corazón del Aquelarre,
que
resulta ser aquella ceremonia
soñada
desde el vientre.
Sólo
por curiosidad, uno de ellos cuestiona:
¿Cómo
arderá la fogata prometida, siempre rodeada por el océano?
Mas
al acto comprende lo nimio de la cuestión,
y
lo medita, y no habla
pues
antes ya se había preguntado cómo era que podía fluir la poesía
tan
clara
tan
bruna
argenta
al anochecer
en
aquel asfalto que muere
en
pos del progreso de la nada
A
lo lejos, la caverna, aunque aun es largo el tramo
Allí
hermosas hembras se desvisten,
se
recuestan
luego
tiemblan, felices
a
los pies del Gran Cabrón
Y
en la caverna, el fuego
y
en el fuego, el ardor de palabras nunca dichas
Babel,
La Pira, mil agujas del sofocado tiempo
El
pez negro continúa su marcha; no le detienen cardúmenes ficticios, ni la
amenaza de mandíbulas bestiales cuyo saludo cordial busca devorarlo
Sólo
cumple la tarea encomendada
“Búscalos,
sumérgelos, dejalos marchar si así lo desean, y trae junto a mí a los poetas
cuyo espíritu no busca eludir las llamas
Traeme
al pirómano, tráeme la carne que ha comprendido su hado y aún así pelea contra
Dios
¡Vamos,
tráeme a estos amigos!

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