La calle es el lugar más ruidoso que
conozco. Hay tanto eco, voces y tumulto. Niños corriendo a carcajadas mientras
gritan. Carros, cláxones, alarmas de alerta por errores comunes que irritan.
Diálogos, vendedores, anuncios. Sin embargo, son significados de bienestar, de
tranquilidad. Así, en medio del caos que produce la sociedad, hay calma y
seguridad. Todo lo malo viene después del silencio.
Ese espacio de nada, de escucha atenta
de mi respirar, del crujir de las puertas, de mi saliva al tratar de pasar por
mi garganta seca del nerviosismo que me invade por el intento desesperado de
encontrar salida. Ansiedad por querer controlarlo todo para que no sea
descubierta mi presencia y poder pasar desapercibida, pues si me notan, si hago
ruido o por alguna cosa molesto, el huracán se desata. No hay escudo suficiente
que me proteja de la posibilidad de yacer bajo los estragos del odio y la ira
que se generan después de eso.
Andar a hurtadillas de un sitio a otro,
de un cuarto al baño y de ahí a la cocina en medio de la oscuridad que me
protege. Hasta que cometo un error. Falla, defecto, mal cálculo: tragedia. Se
encendió la luz de la habitación, se abrió la puerta con estruendo y, con
golpes rítmicos al son de un paso apresurado, se escribió mi sentencia:
—¡TE ESTOY DICIENDO QUE NO HAGAS
RUIDO!, ¡QUE ME MOLESTAS!
Desesperación, pánico, horror...
Súplicas, sollozos, gritos de ayuda ahogados entre "perdón" que no
fueron disculpados... y luego calma, de nuevo. Silencio... Atención plena a mi
respirar entrecortado, forzado, entre llanto. Lágrimas con sangre mezclada;
derramada por el piso, escurriendo de mi piel, brotando. Corriendo, como lo
único libre en ese lugar. Entre la oscuridad, con sigilo y misterio, me muevo
sin hacer ruido. Ando a hurtadillas por papel, al baño, luego a la cocina, por
hielo para arreglar los resultados de mi descuido, para calmar el dolor de mi
castigo. Silencio...
Me gusta el sonido de la calle. El caos
proveniente de la muchedumbre. Gritos, risas, conversaciones... Me gusta estar
en medio de todo ese escándalo porque ahí nadie me golpea si, por error, hago
algún sonido.
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