Una gota le patina desde la frente a la nariz. Se desprende y cae sobre la caja que acababa de cerrar, el cartón la absorbe de inmediato. Deja la cinta de embalar y va al comedor. Pone en diecisiete el control del aire acondicionado.
–
Ya fue, no doy más de calor- se queja.
Se
alegra cuando piensa que es la última cuenta de luz que va a pagar. Vuelve a la
pieza, agarra todos los libros que le faltan y los lleva al comedor. Va a
terminar de embalarlos bajo el frío del aire. Ya no le queda mucho: los libros,
la ropa de invierno y algunas tazas y platos. Las cajas cerradas se amontonan
junto a la puerta. Los que hacen la mudanza cobran por hora y ella quiere
ahorrarles todo el tiempo que pueda. El colchón está en el comedor, tirado
junto a un toma corriente donde va a enchufar el celular cuando se duerma.
Tiene abierta la computadora sobre la mesa. En ella suena una lista de música que
intercala: Smashing Pumpkins, Pixies, Blur y Pulp. Le pone solo un par de
cintas a la caja de los libros, ya no le queda mucha. Prende la pantalla del
celular y ve que tiene un mensaje de voz en el whatsapp. Es su amiga Vicky.
– Negra ¿cómo estás? Che mañana temprano estoy
ahí para ayudarte. Seguro viene Tomy también a darnos una mano. Hoy no llegaba
ni ahí, no sabés el día que tuve.
Malena
le da play al otro audio y lo deja sonando mientras guarda otras cosas. Después
de escuchar la complicada jornada de su amiga le contesta por escrito.
– Está bien amiga, no te hagas drama.
Le
llega otro audio de inmediato, es más corto.
–
Bueno Malu, cuidate mucho. Me da cosa que te quedes ahí sola. Te dije que
llames a tus viejos al menos, que seguro se copan y van. Bue, no te quiero
andar jodiendo con eso. Mañana temprano estoy ahí así que prepará el mate que
llevo las facturas.
Malena
le contesta con otro texto.
–
Gracias, Vic. Quedate tranquila que no pasa nada. El mate será sin burrito
porque ya lo guardé - le envía unos emojis de caritas riéndose.
Acomoda
la caja de libros con los demás bártulos. Le vibra el celular, es Vicky. No se
molesta en abrirlo, ve que son besos y corazones desde la pantalla bloqueada.
Mira el patio, siente ruido como de lluvia, pero el cielo tiene apenas unas
nubes difuminadas. Prende la luz porque la noche ya invadió todo. Cuando ve los
muebles del patio se muerde el labio inferior.
-
Qué ganas de llevármelos -piensa-. Pero en el departamento no entrarían.
Sus
padres se van a encargar de darles un buen uso. De paso, le va a dar un motivo
a su padre para salir a tomar un poco de sol y apagar la televisión los
domingos que se juntan a comer. Prefiere eso a venderlos, pero igual le da
pena. Su mamá no entiende por qué ella se muda. Todo el día le escribió
mensajes preguntándole por qué dejaba una casa tan hermosa y grande por irse a
vivir acovachada en un monoambiente de Capital. Malena le dio mil razones: Que
va a estar más cerca del trabajo, que la casa es muy grande para ella sola, que
los impuestos, que los vecinos, que es muy vieja, etc. Le hizo una lista de
motivos que nunca nombra el verdadero. La razón real de la mudanza era un tema
que no quería tocar con nadie. Menos con sus padres. Se pondrían muy nerviosos
y no sabe lo que podría pasar.
-
Papi sí que no jode- piensa mientras cierra la reja del fondo.
Recorre
los ambientes de la casa fijándose si no se olvida nada. Se agacha para revisar
el cajón de un placar que no usa. Tiene unos zapatos con unos tacos altísimos
que solo usa en casamientos o eventos de ese estilo. Cuando los agarra se le
cae una moneda del bolsillo de la camisa. El ruido al golpear el fondo del
cajón hace eco en todo el cuarto. Le llama la atención la forma en que sonó,
fue un ruido hueco. Golpea la madera y la siente rara. La pierna le hormiguea
por el celular. Lo toma pensando que es Vicky, pero es un mensaje de texto de
un número desconocido.
-
Negra, soy Fernando. ¿Podemos hablar? - dice el texto.
Malena
se tensa. Aprieta un par de letras, pero se arrepiente y borra todo. Bloquea la
pantalla del celular y lo mete en el bolsillo. Tiene los hombros levantados y
los puños apretados. Agarra el cajón y lo saca del ropero. Le pesa. Es de una
madera vieja y maciza. La mano se le vence, pero no lo suelta. Cuando lo apoya
contra la pared escucha un ruido. Lo hace girar y el ruido es más nítido. Es
algo que choca contra los bordes.
-
Entonces está hueco. Tiene algo adentro- murmura.
El
ruido es el que podría hacer una piedra o alguna otra basura. Suena como algo
grande. Lo pone en el piso. Vuelve a golpear la madera del fondo y ya no tiene
dudas que está hueca. Se imagina que puede ser algo valioso. La casa tiene unos
cien años. Confía que puede ser alguna antigüedad que guardaron. Ve tantos
programas de History Channel que se siente una experta en el tema. Podría ser
algún objeto de plata, una caja elegante con joyas de señoras coquetas, algún
libro antiguo en su primera edición que hasta podría tener billetes entre sus
páginas. Las posibilidades le inundan la cabeza. Lleva el armatoste al comedor
para revisarlo más cómoda. Se queda un rato bajo el aire, el esfuerzo la hizo
transpirar. Agarra el único cuchillo que le dejó a mano. Se hizo unos sanguches
a la tarde y pensaba comer otro antes de dormir. Vuelve a sentir la vibración
del celular. Se queda quieta un instante, no sabe qué hacer. Es otro mensaje de
texto del mismo número desconocido.
–
Malena, es importante. No te quiero joder. Dejé unas cosas en casa que son para
el trabajo- dice el mensaje.
Deja
el cuchillo junto al cajón. Mira la pantalla unos segundos y escribe:
-
Hola. Estuve ordenando mucho la casa y no encontré nada tuyo. Fijate que debe
estar en otro lado lo que buscás. Abrazo - deja el pulgar flotando sobre la
pantalla hasta que aprieta el botón de enviar.
Vuelve
a concentrarse en lo que está haciendo. Clava el cuchillo en uno de los
costados de la madera y hace palanca para levantar el fondo. Trata de no
romperlo. Hace lo mismo en otras partes del cajón sin éxito. Una de las
esquinas se rompe.
-
La puta madre- grita al aire.
Algunos
mechones de pelo le caen sobre las pestañas. Lo toma con las dos manos, le da
una vuelta rápida arriba de la cabeza y le atraviesa una birome que tenía a
mano para sujetarlo. Mueve un poco el cajón, se asoma algo de tela. Malena mete
la mano en el hueco y tira de la madera. El celular le vuelve a vibrar, no le
hace caso. Afloja la fuerza, toma aire profundo y vuelve a tirar. Se parte un
trozo mayor de madera. Se asusta, mira la mano buscando algún corte o golpe,
pero está sana. El hueco en el fondo falso es lo suficientemente grande para
sacar, no sin mucho esfuerzo, el objeto sospechoso que parecía de tela. Es una
bolsa de lienzo. Larga nubes de polvo cada vez que Malena la mueve. Su color
apenas se diferencia del Marrón oscuro de la madera del cajón. Una pequeña soga
le ata la punta. Malena se tarda en desamarrarla porque el polvo le da un
ataque de estornudo que no puede calmar. Cuando por fin lo consigue, saca de la
bolsa dos libros. Uno negro, de tapa dura y poco más chico que una libreta. El
otro era más grande, con tapa y contratapa de cuero marrón y estaba sujeto con
cuatro espirales metálicos oxidados. Se deja caer en la silla.
-
Bueno, joyas se ve que no eran- dice.
Se
acuerda del celular. Es otro mensaje con el número mismo número desconocido que
ya asumió es de Fernando.
-
¿Te puedo llamar? - pregunta el mensaje.
Ella
cierra la aplicación del celular y lo guarda.
El cuaderno marrón tiene un nombre grabado bajo relieve en la parte
inferior de la tapa. “F. H. A. D” dice. Abre para ver la primera página y
descubre que el nombre del dueño fue El Doctor Francisco Honorio Alvear Diaz y
que esa era su agenda laboral. Corre algunas hojas y escucha como se rompen.
Aprieta fuerte los dientes en una mueca que le hace arrugar el cuello. Lo deja
sobre la mesa como esperando que se recupere de la macana que había hecho.
Agarra el otro, el negro. Era más grueso que el primero y mucho más austero.
Sus tapas eran de cartón pintado de negro y parecía estar cocido a mano. En la
primera hoja tenía el nombre de su dueña, perteneció a Dolores Belén de Alvear
Diaz y parecía ser una especie de bitácora o diario íntimo. Pasa las hojas de
una en una con movimientos lentos y delicados. El papel tiene el color del
caramelo y hace el mismo ruido como si fuera a quebrarse. Todas las entradas
empiezan con la fecha y el lugar. Se para en una al azar. Tiene una caligrafía
hermosa, como hecha por una tipografía de Word que nadie usa.
“Domingo 20 de febrero de 1913, Ciudad de Buenos Aires.
Ayer llegamos a la quinta que la familia de Francisco tiene
en Belgrano. El viaje se pasó más rápido de lo que creí. Es de una hermosura
que me es difícil describir. Lo que me obnubila es ver cómo los rayos del sol
rebotan en la superficie del río. Escribí una carta anoche antes de dormir. Ahí
cuento, con lujo de detalles, la maravilla que es este lugar. Hoy se la envié a
mi familia para que mamá se las lea a todos. Francisco dijo que, tal vez, me de
algunas clases de equitación. Es algo que deseo mucho. Sin embargo, la cólera
lo ha invadido estas últimas horas. Cometí el error de ir a la piscina de la
quinta con un traje de baño que no es de su agrado. Me dijo que una dama no
debe mostrar su cuerpo de esa manera. Dijo también que seguro los peones del
jardín me desnudaron con la mirada. Siento todavía como me invade la pena. No
fue mi intención provocar así a todos. Dice Francisco que solo las prostitutas
de los conventillos se muestran así. Por
suerte su furia mermó a lo largo del día. Tengo la fe que mañana estará con el
semblante ideal para darme la propia instrucción con los caballos. El infame
traje de baño ya está en la maleta. No volveré a usarlo en mi vida.”
Malena
sigue leyendo un poco más por encima. Se indigna al leer cómo era tratada
Dolores por el marido. Deja el diario sobre la mesa. Ve que en la cafetera
queda un poco de la mañana. La prende para que se caliente mientras sigue
leyendo. Pasa las hojas de a pares deteniendo los ojos de vez en cuando para
leer algo. Lee un poco sobre las costumbres y vida de la mujer en esa época.
Los paseos, la costanera porteña, las cafeterías y las tertulias de la alta
sociedad. A todos esos lados iba Dolores acompañada de su marido. Se para en
una página que tiene como fecha el dos de mayo.
“Lo de anoche fue horrible. Yo no sabía que existen libros
inapropiados. No puedo enojarme con la señora Idibarren. Desde que me casé y
Francisco me trajo a la ciudad, solo ella me ha mostrado cosas maravillosas. Me
enseñó a leer en solo un mes, una hazaña que la familia de mi esposo creyó
imposible. Con el tiempo, escribir se me hizo también una tarea simple y
hermosa. La lectura fue el mejor regalo que me han dado en la vida. Me ha
permitido viajar por lugares y tiempos que jamás hubiese podido imaginar
siquiera. Fue este mi salvoconducto de la locura que puede generar la soledad
de esta casona enorme. Mi cultura aumentó considerablemente. En las tertulias o
en las fiestas ya puedo tener conversaciones con las otras damas. Confío que
eso enorgullece a mi esposo.
El problema es que ya leí todo lo que hay en la casa. Salvo
los libros de derecho que Francisco tiene en su oficina, pero aparte de que no
me deja entrar ahí, son terriblemente aburridos e incomprensibles. Hace unos
días doña Idibarren me regaló un libro de su biblioteca personal. Se llamaba
Madame Bovary y fue escrito por un autor francés. Me fascinó desde la primera
hoja. Lo leí en un día y lo volví a leer al día siguiente…”
Malena
deja de leer cuando nota que la cafetera hace un ruido insoportable. Le echa un
chorro de leche fría y otro de edulcorante líquido. Se sienta y, mientras da un
sorbo cuidadoso para no quemarse, reanuda la lectura.
“…pero ese libro debe tener algo malo porque a Francisco le
molestó que lo leyera. Me dijo que era un libro sobre una adúltera prostituta.
Me preguntó cómo podía considerar interesante una historia como esa. Me
arrebató el libro de la mano y lo arrojó al fuego de la salamandra. No pude
contener las lágrimas ¿Qué le diría a la señora Idibarren? Me dijo que me
concentrara en leer libros de etiqueta o de moda que buena falta me hace. Le
pedí perdón y no me respondió. Esa noche no volvió a dormir a casa.”
Malena
vuelve a sentir lástima por la mujer. Cuando deja la taza en la bacha de la
cocina ve que la pantalla de su celular brilla. Lo agarra, tiene tres llamadas
perdidas del mismo número. Ese que en un principio le pareció desconocido pero
que ya sabe que es de Fernando. Borra las notificaciones que le avisan de la
llamada. El celular le empieza a vibrar cuando lo tiene en la mano. Es otra
llamada del mismo número. Corta de inmediato y lanza una puteada al aire.
Cuando lo deja en la mesa vuelve a vibrar por una llamada. Estira el dedo para
cortar antes que dé el segundo tono. Quiere que entienda el mensaje. Vuelve a
tomar el cuaderno negro, le queda menos de la mitad para terminarlo. Pasa
algunas páginas, pero se detiene en una fechada, el nueve de agosto.
“No quiero volver a ver al señor Oliviera en lo que me resta
de vida. Siempre fue muy amable conmigo, sin embargo ya me advirtió Francisco,
es solo un dandi de segunda mano que quiere aprovecharse de mí. En la velada de
ayer en la casa de los Díaz Quintanilla se propasó en halagos y piropos para
conmigo. Francisco ardía en celos. Le juré que entre el señor Oliviera y yo
nunca jamás pasó ni pasará nada, pero no me creyó. Me acusó de darle alas. Dijo
que si él se me insinúa es porque yo le envío señales positivas. Me acusó de
querer dejarlo porque Oliviera tiene más dinero.
El dolor de estómago me dura hasta hoy. Me duele cuando me
froto con la mano. Las tres marcas violetas se rehúsan a irse por más hielo que
le ponga. El coñac parece no acabarse nunca en esta casa, el alcohol lo pone
tan violento. Al menos no me dejó marcas en la cara, eso hubiese sido terrible.
Esto lo cubro con un vestido y ya.”
A
Malena se le cae una lágrima por la mejilla, se pasa la mano por la panza sin
notarlo. Va al baño y saca el rollo de papel higiénico para sonarse la nariz.
Siente la vibración del celular sobre la mesa. Mira la pantalla y ve que es un
whatsapp de su amigo Diego del trabajo.
-
Hola, genia. Che, escúchame. Cuando salí del laburo lo vi a Fernando en la
esquina. Creo que vino a esperarte. Me dijo lo del celu, que se le rompió y no
se puede comunicar con vos. Le dije que hoy no viniste. Bueno, nada, eso.
Contame después qué onda la mudanza. Besos.
Malena
se rasca el cuero cabelludo. Se desata el rodete y lo alisa con los dedos
entreabiertos. Se frota los ojos hasta ver estrellas de colores. Le contesta un
simple
-
Ok Diego. Gracias.
Apoya
la cara en las palmas y mira a la nada. Se toma uno de los mechones de pelo que
se le cuza entre los ojos y empieza a separarse las puntas florecidas. Vuelve a
mirar el cuaderno y decide terminar de pasar las hojas que quedan. Lee como las
palizas fueron cada vez más frecuentes y con mayor violencia. Ve que Dolores
pensó en escapar varias veces, pero como no tenía donde ir ni forma alguna de
mantenerse, siempre se arrepentía. El libro tiene hojas arrancadas. La última
historia que figura es la del dos de noviembre de 1913.
“Hoy a la mañana vomité sangre. Pensar que el bebe pueda
estar vivo todavía es una idiotez. Es obvio que las patadas me lastimaron por
dentro. Hace unos días la señora Idibarren me consiguió las gotas que le pedí.
Me excusé en mis ya dilatados problemas para dormir. Al ver mi cara de seguro
no le fue difícil creerme. Puse las gotas en la botella de coñac, más de las
recomendadas por las dudas. Quiero que el hijo de puta se duerma después del
primer vaso. Ya dejé el cuchillo debajo de la almohada. Por lo que pude ver el
corazón está debajo de las costillas, sobre la boca del estómago. Al fin
sirvieron de algo las enciclopedias esas que se apelmazan en los libreros.
En unos días puede que ya esté en la cárcel. O muerta,
también es una opción. Me gustaría estar
en Santa Fe. Sin embargo, eso ya es una utopía. Solo quiero ser libre.”
Suena
el teléfono de línea. Malena cierra el libro como quien está leyendo algo
prohibido. Corre y levanta el tubo. Piensa que debe ser su mamá.
-
Hola…ah, hola…dale ¿qué pasó Fernando? ¿Por qué me llamás?... Sí, sí, estoy
bien. Ocupada… no atendí porque no quiero hablar con vos. Pensé que habías
entendido la indirecta… no, no tenemos nada que hablar… Fernando… escuchame…
No, no tenemos nada que arreglar. No quiero que me llames más…sí, de verdad. Y
deja de ir a mi trabajo, ¿no ves que me pueden echar?… ¿Qué? ¿Qué tiene que ver
Diego?... Mirá, en todo caso yo hablo y ando con quien quiera… Fernando, no me
deberías ni llamar. Lo tenés prohibido también. Deja de molestar a la gente
pidiendo mi número… Fern… Fernando… no me grités, yo te estoy hablando bien… Tenés
una orden, flaco. No la compliques más por favor… No Fernando, no te quiero
ver… No Fernando… no te podés acercar... ¡Sabés qué, en unos días si sos brujo
me vas a encontrar, pelotudo! ¡Y dejame en paz!
Choca
el auricular contra la base y desconecta la línea. Le tiemblan las manos y el
párpado derecho. Siente la garganta cerrada. Saca una botella de agua de la
heladera y se sienta a tomarla. Busca relajarse para poder dormirse de una vez.
Ya no quiere hacer nada. Pero no puede bajar la ansiedad. Hace sonar los
talones contra el piso. Se saca el esmalte viejo de las uñas con los dientes.
Mira el celular todo el tiempo. No le vibra. Agarra el otro cuaderno, el de
Francisco. Esta vez lo manipula con más cuidado. Es radicalmente menos
interesante. Solo tiene fechas de reuniones, números, ayuda memoria, nombres de
potenciales socios, etc. Es escueto hasta para poner las fechas en las hojas.
Ponía el número de día, de mes y de año separado por una barra diagonal.
Encuentra algunos papeles sueltos. Estaban firmados y sellados. Se esperanza
que sean bonos o acciones, mas solo eran pagarés y recibos de préstamos. Se
detiene en la hoja que casi rompe cuando abrió el libro.
“22/06/1913”
dice el borde superior derecho. En la página Francisco pone un recordatorio de
mandar a empeñar las joyas de la familia. Bajo eso figuraba la fecha del último
embargo del banco.
Malena
toma el tercer vaso de agua. Se siente relajada, pero sin sueño. Sigue pasando
las hojas. Ve más nombres, números y nombres de fábricas. El tema de la quiebra
se repite. Hay insultos y una caligrafía temblorosa que terminaba en manchones
de tinta muchas veces. Malena nota que, al igual que el diario de Dolores, el
cuaderno tiene hojas arrancadas. Encuentra un pequeño papel doblado en tres
partes metido en un bolsillo interno de la contratapa de la agenda. Tenía el
mismo color sepia de las hojas, pero su peso y consistencia no parecían los de
un papel común. Malena lo desdobla con el mismo cuidado que tuvo con todo. Era
una carta de puño y letra.
Estimado Francisco:
Los años de trabajo junto a Don Abel han forjado una amistad
hermosa en nuestra familia, recuerda siempre que le debe mucho al nuestro
abuelo. Él puede ayudarte con lo de Dolores. Que se evite una investigación no
debe ser un problema para un juez de su calibre. Mucho menos de una paria de
campo que ni apellido tiene. Él, como todos del círculo en el que nos movemos,
ha oído el rumor de que ella es una infiel de mierda. Los chismes se
diseminaron por los lugares correctos.
Todos sabrán entender que tu honor machado debe ser
“Vengado” de alguna forma. Creo que, si se lo pedimos, el propio Don Abel
tomaría el revolver.
Es necesario. Dolores fue un arrebato de lujuria de tu
juventud estúpida. Pero todo esto ya fue demasiado lejos, tenés que ocuparte y
recomponer la situación en la que metiste a la familia. Lucio Arwell me habló
de su prima. Sin dudas, un mejor partido para vos. Entiendo su condición de
solterona al verla, pero su familia es el trampolín que necesitás para que el
status de nuestro apellido vuelva a estar acompañado de un caudal monetario
decente. No dudés en pedirle ayuda a Jacinto, pedile a él y SOLO A ÉL que te
acompañe a la quinta de Belgrano a terminar con esto. Hay espacios de tierra
donde ni los perros llegan a escarbar. Jacinto es un empleado fiel, sé que
conoce secretos peores. Cuando leas esto te pido que tengas todo listo para
viajar. Estoy en la casa de Santa Fe por negocios y puedo hacerte un espacio
para que te relajes hasta que pase todo el alboroto.”
La
carta estaba firmada por Mateo J. Alvear Diaz.
El
timbre suena. Malena vuelve a cerrar el libro rápido como una trampa de oso. El
ruido retumba en el comedor. No se levanta a abrir. Se queda estática en la
silla. El timbre vuelve a sonar esta vez acompañado de unos manotazos en la
puerta.
-
Dale amor, abrí. Tenemos que arreglar las cosas.
Malena
salta de la silla y agarra el llavero que cuelga de la cerradura. Prende el
celular y no sabe a quién llamar. Da pasos hacia atrás sin sacar la vista de la
puerta. Los golpes son cada vez más fuertes.
Se
sienta en el colchón que puso en el suelo. Envuelve las piernas con los brazos.
La puerta tiembla con el golpe de una patada.
-
Abrime, hija de puta, ¿ves cómo sos? - se escucha desde la puerta que vuelve a
tambalearse de un golpe.
Malena
lo escucha como si gritara junto a su oreja. Aprieta el botón antipático y se
larga a llorar. Se tapa la boca para que no se escuche. Corre a tomar el
cuchillo que dejó tirado junto al cajón. Aprieta el botón de nuevo. La puerta
vibra con el golpe de otra patada.
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