Eran
las cinco de la madrugada. El viento soplaba con fuerza en el exterior,
agitando los ventanales del hospital. Evelyn, quien debía estar en el área de
urgencias culminando su primer guardia, yacía tendida en el suelo a un lado de
las escaleras. Cerraba sus ojos, pesarosa y a cada momento venía a su mente el
recuerdo de aquel cuerpo inerte que dejó en la sala. Sintiendo qué tal vez, se
equivocó de carrera o quizá, simplemente no merecía existir. Abrumada por el
peso de su consciencia y veintidós horas sin dormir, con apenas un poco de café
circulando en su sistema y una mísera galleta, en su ya lastimado estómago.
Pero lo que más le pesaba, no eran sus horas de sueño perdidas, mucho menos su
falta de comida o bebida. Su pesar se regía por el recuerdo de lo que en su
primer guardia tuvo que enfrentar.
Desde hacía un buen rato, el timbre de
su celular le atosigaba, pero no tenía ánimos de responder ¿Qué podría ser
peor? Se preguntó. Pretendía calmarse, pero las lágrimas insistían en brotar y
rodar por sus mejillas, aunque deseaba continuar con su jornada, no podía
hacerlo en ese estado. Su amiga Leslie fue a su encuentro por órdenes del
doctor Ramón, quien estaba furioso.
— Así que aquí estas, te estuve
llamando. Las enfermeras me contaron lo qué pasó — Dijo Leslie.
Se puso en cuclillas, aproximándose a
Evelyn, quien apenas abrió los ojos para volverlos a cerrar. El llanto que
había disminuido luego de una hora y fracción, de llorar sin control se
acentuó.
— El doctor Ramón quiere verte. Está
furioso contigo, dice que debiste ir a despertarlo en lugar de hacer todo tu
sola. Me amenazó con castigarme si no lograba encontrarte.
—¿Y si, mejor renuncio?
— No estaría nada mal. Pero, ya que
prefieres dejarte llevar por tu soberbia y tomar las riendas por tu cuenta
tendrás que terminar lo que empezaste e informar a la madre lo sucedido — Al
escuchar la voz del doctor Ramón, la sangre se les heló a las jóvenes internas.
—Y tú, Leslie, deja de perder el tiempo con la inútil de tu amiga y ve a tu
puesto, a menos que quieras quedarte otra noche castigada.
El celular del doctor sonó, contestó la
llamada y se marchó enseguida. Leslie se levantó luego de dicha amenaza y se
marchó a continuar con su trabajo. Evelyn caminó rumbo a la sala de espera,
mientras tanto, iba pensando en lo sucedido.
«Su apariencia física me resultó
bastante familiar, pues se parecía mucho a aquel amigo al que perdí cuando
cursé tercer semestre de la carrera, incluso tuvo la misma causa de la muerte».
Era de cabello castaño y rizado, complexión endomorfa, semejante a “un oso de
peluche”, su piel era clara como la leche, de ojos grandes y labios gruesos.
Llegó a las dos dieciocho de la
madrugada, su madre lo trajo al hospital. La razón, un fuerte dolor en el pecho
que se irradiaba a la mandíbula, espalda y brazo izquierdo. Lucía diaforético y
sus ojos reflejaron el temor que aprisionó a su mente.
— ¿Me voy a morir doctora? — Preguntó
halando de su bata.
La única respuesta a su interrogante
era una negativa con el rostro que se movía de lado a lado. Tomó un expediente
en sus manos, lo hojeo y prosiguió con algunas preguntas. Luego de la
entrevista clínica; Evelyn determinó, que no era otra cosa más que un problema
de ansiedad con un cuadro de gastritis. Debido a que, de acuerdo a los
antecedentes médicos del paciente, días antes había sido ingresado por la misma
razón. Además, tenía antecedentes personales y familiares de ansiedad.
— ¿Y, como está mi hijo doctora?
— Solo es un problema de ansiedad, nada
de qué preocuparse. — Dijo mientras procedía a escuchar su corazón con el
estetoscopio. — Es común ver estos casos — Agregó.
La madre miró con preocupación a su
joven hijo, quien lucía cada vez más intranquilo y éste llevó su mano derecha
al pecho, como si quisiera estrujar su corazón, con la mano en forma de garra.
La doctora Evelyn, quien observó el rostro de la madre de su paciente, tocó su
hombro y añadió.
— No se preocupe, su hijo estará bien,
lo importante es que ya está aquí y para su tranquilidad lo mantendremos en
observación y realizaremos algunos estudios.
Terminada su oración, procedió con
total calma a tomar muestras de sangre, lo recostaron en una cama y comenzaron
a colocar el electrocardiograma, un poco de oxígeno y hasta ese momento su
joven paciente se encontraba consciente. Sin embargo, lucía agitado, además,
éste, fruncía el ceño. Su respiración era rápida y profunda.
Apenas terminó de conectarlo al
electrocardiograma, el joven se aventó con fuerza hacia atrás, golpeando su
cabeza, segundos después comenzó a convulsionar.
El guardia del hospital se acercó a la
señora para escoltarla a la sala de espera, pues en su desesperación entorpecía
la labor de la doctora y las enfermeras. A lo lejos se escucharon sus gritos,
los cuales penetraron en lo profundo de Evelyn. Era un lamento cuya desesperación
era tal, que quien lo escuchara preferiría taparse los oídos.
La convulsión duró poco y su cuerpo
quedó inmóvil. Evelyn procedió a tomar el estudio. Los trazos en el
electrocardiograma representaban una aberración eléctrica donde era imposible
diferenciar un patrón. Mientras tanto, el equipo de salud realizó maniobras en
un intento desesperado por preservar su vida.
En la sala resonaron sus voces
desesperadas diciendo “carguen” “despejen”. Luego de varios intentos y de
aplicar medicamento por vía intravenosa, un sonido agudo se hizo presente. Su
corazón se detuvo.
El tiempo se fue volando. Evelyn perdió
toda cordura, insistió en usar adrenalina por todas las vías posibles, incluso
directo al corazón. Se empecinó dando masajes cardiacos.
Una enfermera, llena de experiencia, de
cabellera gris y escasez de arrugas en su frente; tocó su hombro y movió su
cabeza en señal de negación, pidiendo que parara. Evelyn suspiró.
— ¿Hora de la muerte?
— Tres cuarenta y cinco de la
madrugada, doctora.
El silencio se apoderó de la
habitación, miraron con tristeza el cuerpo sin vida del paciente, cuya edad
aparente era la de un joven de diecinueve años.
La boca de Evelyn estaba seca y su
cabello mojado por el sudor. Aunque intentó hablar, no pudo hacerlo, sabía que
si emitía cualquier sonido en ese momento comenzaría algo que difícilmente
podría terminar.
Las luces de los pasillos devolvieron
sus pensamientos al presente. Caminaba por los pasillos del hospital, buscando
un poco de calma y serenidad para prepararse en dar la terrible noticia. ¿Cómo
habría de decirle a la madre? A esa mujer a quien le aseguró con toda firmeza
que su hijo saldría adelante.
Aún, a pesar de haber actuado con la
mayor rapidez, que su cuerpo ya exhausto le permitía, las cosas no resultaron a
su favor y por ello, la ira y frustración le aquejaban, sin importar que hizo
todo al pie de la letra como se lo habían enseñado.
Su corazón latía a toda prisa, como si
intentara escaparse de su pecho. Respiró profundo, talló sus ojos tratando de
borrar cualquier rasgo de tristeza. Se estiró un poco, en un intento por
mejorar su postura. Abrió la puerta de la sala de espera, con el presentimiento
de que éste, sería un día largo.
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